Siglo XIX
Lectura
recomendada:
En busca de la memoria perfecta: episodios en la historia de las técnicas de memorización
Durante el siglo XIX el arte de la memoria renace y alcanza un auge tan solo comparable al del XVI, pero estamos ante una disciplina totalmente remodelada que poco parecido guarda con lo visto en los tratados del renacimiento. Esto se aprecia incluso en su denominación, que paulatinamente abandona la expresión «arte de la memoria» o «memoria artificial» por el más moderno término mnemotecnia.
Todo empieza cuando en Alemania resurge cierto interés por el semi-olvidado arte de la memoria; allí se publican, en los albores de este siglo, las obras de Gräffe, Kästner, Klüber o Aretin. También es originario de estas tierras un personaje principal en nuestra historia, Gregor Von Feinaigle.
Feinaigle vivió durante varios años como profesor itinerante, recorriendo media Europa con sus cursos de memorización. Logró cierta fama, incluso el famoso Lord Byron lo cita en uno de sus poemas, pero esta fama no siempre fue positiva: más de una vez lo tacharon de charlatán y de que sus técnicas en realidad no servían de nada; «Ma tête étrai un vrai chaos» comentaba el dramaturgo Étienne de Jouy tras asistir a unas lecciones en Francia.
Y es que, en la época, el uso de imágenes extrañas y sorprendentes no fue bien recibido, máxime cuando Feinaigle proponía a veces enrevesadas escenas más próximas a un galimatías que otra cosa; logró entusiastas adeptos, pero también numerosos detractores que, además, no veían claro el secretismo con que Feinaigle protegía sus enseñanzas (los alumnos tenían prohibido explicar nada de lo que aprendiesen —no fueran a restarle público y menguar sus ingresos— y tanto misterio no ayudaba a una buena imagen).
Pero en mnemotecnia introdujo algunas novedades aun vigentes a día de hoy. Por ejemplo, a la hora de componer la relación número/letras del código fonético pensó que sería más fácil recordar qué letra corresponde a cada número si las seleccionaba mediante algún criterio de similitud. Así, al 1 asignó la t, de trazo bastante similar; al 2 la n, por aquello de que se escribe con dos palitos; al 3 la m, por idéntica razón... hasta al 0, al que asigno la s, pues el número es redondo como una rueda que al girar muy rápido silba: «sssss». Y cuando componemos nuestra lista de cien palabras clave, también seguimos una propuesta original de Feinaigle (aunque él no utilizaba el código fonético, sino el sistema número/figura para escoger cien objetos distribuidos esquemáticamente en una especie de habitaciones cuadriculadas).
Feinaigle nunca alcanzó el prestigio anhelado, pero con sus cursos despertó un nuevo interés por el arte de la memoria que fructificará especialmente en Francia, de la mano de Aimé Paris.
En su momento, Aimé Paris anunciaba su mnemotecnia como la de Feinaigle, pero simplificada. ¿En qué consistía esta simplificación? En eliminar de la ecuación cualquier atisbo de imágenes y volver al esquema de las frases memorativas, a las que llama «formules» (fórmulas). Incluso el método loci se adapta a este sistema de fórmulas, asociando cada dato a un lugar mediante la composición de una fórmula o frase memorativa.
Ahora bien, esta mnemotecnia tendrá una particularidad muy significativa.
Aimé Paris inicialmente era profesor de música y estenografía. Aquellos temas por los que tomaba interés no tenía reparos en modificarlos, introduciendo cambios que le llevaban a desarrollar su propio sistema. Cuando descubre la mnemotecnia y ve el sistema número/letras, encuentra aquí un obvio paralelismo con aquel sistema de estenografía que reducía todos los sonidos que pronunciamos al hablar a diez grupos, que fácilmente podrían asignarse a los diez números del cero al nueve.
Así es como el sistema número/letras, adaptado a lo que ya conocía de estenografía, se transforma en una especie de sistema número/articulaciones en donde cada número se asocia, no a una letra, sino a uno de los sonidos que articulamos al hablar. De esta forma, al 1 le asigna las articulaciones dento-linguales, «te/de»; al 2 las nasales, «ne»; etc. Y las palabras se convierten en números conforme, no a cómo se escriben, sino a cómo se pronuncian. Por ejemplo, en francés la expresión «c’est» suena como «sè» y, por tanto, equivale a un simple 0 (las letras «st» finales, como al hablar no se pronuncian, no se tienen en cuenta).
En resumen, para convertir una cifra en palabra —y viceversa— lo importante será la fonética, no la ortografía de la palabra. Este será el sello distintivo de la denominada escuela o mnemotecnia francesa del siglo XIX.
Aimé Paris abandona la mnemotecnia alrededor de 1834 para centrarse en el desarrollo de un sistema musical, pero para entonces ya ha logrado gran éxito y muchos autores adoptan y propagan sus técnicas. Por citar unos pocos nombres: en Francia destacan los hermanos Castilho (de origen portugués) o Abbé Moigno; Pereira, Doria o el mayor de los hermanos Castilho en Portugal; Pedro Mata en España; Fraticelli, Silvin o Tito Aurelj en Italia; Otto Reventlow en Alemania (aunque es natural de Dinamarca); Beniowski o Edward Pick en Inglaterra; incluso al otro lado del océano, en la costa este de Estados Unidos, surgen los nombres de Francis Fauvel-Gouraud o Pliny Miles (aunque éste último emigrará para establecerse en Londres, donde también publica algunas obras de mnemotecnia).
Cabe destacar de este nuevo movimiento, al menos, dos aspectos importantes.
Primero. La mnemotecnia se entiende casi exclusivamente como una técnica de estudio, especialmente indicada para la cronología, y se harán hercúleos esfuerzos por introducir estos métodos en las escuelas. Aparecen libros que no son más que una extensa colección de fórmulas o frases memorativas mediante las cuales «aprender» (entiéndase memorizar) todo tipo de datos, mayormente fechas de sucesos históricos. Tenemos, por citar un par de ejemplos, el Leitfaden der Mnemotechnik für Schulen (1846) de Otto Reventlow, o el Slater´s sententiae chronologicae (1848) de Eliza Slater.
También es habitual encontrar, bien como anexo, bien como obra independiente, los llamados «diccionarios mnemotécnicos», tablas en las que se recoge, para cada número, palabras equivalentes según el sistema número/letras. El Dictionnaire mnémotechnique de los hermanos Castillo en 1834 alcanzaba ya la quinta edición; en inglés, es muy conocido el Phreno-mnemotechnic dictionary de Francis Fauvel-Gouraud, de 1845.
El método polonés, desarrollado por Jazwinsky pero conocido principalmente por el trabajo de Józef Bem (Exposé général de la méthode mnémonique Polonaise, 1839), se tomaba como una mnemotecnia ya que estaba pensado para estudiar historia. Hoy, prácticamente desconocido, lo consideraríamos más bien una ayuda gráfica, tipo diagramas, mapas conceptuales, etc.
Segundo. Unos lo harán para evitar la fama de charlatán que tuvo Feinaigle y dar un tono más serio a su trabajo, otros por verdadero interés en divulgar lo que consideran las claves de la buena memoria. Bien sea por una razón u otra, hacia mediados del siglo empezamos a ver libros que incluyen capítulos más propios de un tratado de psicología que de mnemotecnia.
Un buen ejemplo es Beniowski y su principio de familiaridad, o los «psychological processes» de Edward Pick en su libro On memory (1ª ed. 1861), donde no se describe ni una sola técnica de memorización (al menos, en el concepto clásico de la expresión). En norteamérica, en un intento de dar mayor relevancia a su trabajo, Francis Fauvel-Gouraud titula su libro Phreno-mnemotechny (1844) aprovechando la entonces popularidad de la frenología —sinónimo de la más avanzada ciencia del momento—.
Todos estos intentos por dotar a la mnemotecnia de una base científica —y elevar a sus propagadores al nivel de «profesor»— deriva a finales del siglo XIX en un nuevo movimiento autodenominado «mnemotecnia racional».
Esta mnemotecnia se caracteriza por marginar el uso de imágenes sorprendentes o frases memorativas, y trata de establecer asociaciones mediante reflexiones y análisis de los datos a recordar que pongan de manifiesto algún vínculo entre ellos. De hecho, se definen toda una serie leyes que marcan los diversos tipos de vínculos posibles.
Por ejemplo, edificio y vivienda: ambos términos hacen referencia a construcciones realizadas por el hombre, pueden incluirse dentro de un mismo concepto; edificio es más genérico, mientras que vivienda es más concreto, una construcción destinada a residir en ella: estamos pues ante un caso de ley de inclusión (ambos conceptos incluyen la misma idea, una construcción) en su modalidad de género y especie (uno es plural, admite muchas posibilidades, otro singular, tiene un uso muy concreto). La idea es que, habiendo encontrado una asociación lógica entre los datos, éstos permanezcan ligados en nuestra memoria (aunque, quizás, el éxito venga dado más bien por el tiempo dedicado a buscar ese vínculo que por el propio vínculo en sí).
El máximo exponente de esta mnemotecnia o, al menos, el que más fama alcanzó, fue el norteamericano Alphonse Loisette (pseudónimo de Marcus Dwight Larrowe), de quien tomo el ejemplo anterior (Assimilative memory, 1896).
Otro ejemplo que ilustra muy bien el proceder racional es cuando Loisette muestra cómo memorizar números. La población de Nueva Zelanda, por la época, era de 672265 habitantes, una cifra que entre los dos primeros (67) y dos últimos dígitos (65) tiene una diferencia justo de dos, y si la separamos precisamente en dos partes (672 265) observamos que una termina y la otra empieza también por dos. Concluye Loisette que, habiendo observado estas coincidencias, será difícil olvidar la cifra: «Thought about in this way, or in any other, the series becomes fixed in mind, and will be hard to forget».
El sistema número/letras se presenta como una técnica alternativa. A la hora de realizar la conversión de una palabra en número —o viceversa— paulatinamente se vuelve a la ortografía de la palabra, es decir, a la forma como se escribe, no como se pronuncia. Sin embargo, la escuela francesa ha dejado huella. Loisette todavía respeta el principio de considerar en las palabras solamente las consonantes que «suenan», las que tienen pronunciación. En consecuencia, algunas letras como la «c» adquieren doble valor: cuando se pronuncia como en la palabra casa (c fuerte) corresponde al número 7, junto la k y q, pero cuando se pronuncia como en la palabra cielo (c suave) corresponde al número 0, junto con la s y z.
Este es el modelo que llega hasta nuestros días, siendo aun utilizado por gran número de autores actuales.
Para citar este trabajo, utiliza la siguiente referencia:
SEBASTIÁN PASCUAL, Luis. Breve historia de la mnemotecnia [en línea]. Texinfo ed. 1.2. Mnemotecnia.es, Febrero 2014 [ref. de 13/10/2024]. Disponible en Web: <https://www.mnemotecnia.es/bhm>.
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