Aunque manejo un ejemplar de 1974, esta obra se imprime originalmente en 1943 con el propósito, según señala el autor, de «formar buenos estudiantes» y con ello servir «a mi Patria [México] en una de las actividades más nobles: la educación».

Noble propósito, sin duda, pero no sé hasta qué punto logrado. Se me antoja que tras el prólogo olvida a quién va dedicado el libro (supuestamente, a quinceañeros): primero, por el estilo, a medio camino entre un libro de autoayuda y un mitin político —hay varias manifestaciones patrióticas, especialmente en los primeros capítulos— y, segundo, porque nunca se pone en la situación de un adolescente y si escenifica algún ejemplo, son casos propios de adultos (como lo es el mismo autor; pareciera que escribiese para sí mismo).

Pero centrándome en la materia que nos ocupa, presto atención a la segunda parte del libro, dedicada a la memoria. Son tres capítulos en los que, más que desarrollar o exponer ideas basadas en su propia experiencia, recopila aquello que conoce y que considera más apropiado. Entre sus fuentes, destaca W. Atkinson (véase Nuestra memoria y el modo de utilizarla) cuyos criterios comparte.

Tan solo «roza» la mnemotecnia cuando expone un recurso similar al código fonético para convertir números en palabras, y cuando muestra el uso de acrósticos. Tres páginas, nada más.

Añadirá una cita de Jagot en la que el francés muestra un ejemplo del método de la cadena, pero es solo para hacer burla, considerando más compleja la mnemotecnia que el recordar los hechos en sí; apunta de la Canal que sale «más caro el caldo que las albóndigas».

Rehúsa las técnicas tradicionales y acepta solamente, de forma ocasional, algunas triquiñuelas más sencillas —como los acrósticos apuntados anteriormente—. Y es que para nuestro autor la mnemotecnia es como la aspirina: tan solo se tomará una de vez en cuando si surge algún dolor de cabeza persistente, pero nunca de forma habitual.