2/1/2017
2/1/2017
No es ningún secreto que a lo largo de la historia las técnicas de memorización han sumado numerosos detractores.
Uno de sus «enemigos» más interesantes fueron los humanistas del siglo XVI: las críticas no eran porque considerasen las técnicas ineficaces, en absoluto, sino porque veían en ellas un malvado instrumento empleado para hacer pasar por conocimiento lo que no era más que simple memoria (véase La pastilla verde, capítulo 15, pág. 164).
Contaré una anécdota que ilustra este pensamiento perfectamente. Se trata de una aventura que vivió un destacado maestro aragonés de aquella época: Juan Lorenzo Palmireno.
En el libro Segunda parte del latino de repente (Valencia: Pedro de Huete, 1573) hay un momento en que Palmireno repasa algunas ocasiones en las que habían intentado poner a prueba sus conocimientos. Y escribe (pág. 98):
Acaecióme en Valencia llegar un mancebo, que en su rostro parecía de buen linaje: hízome un exordio en griego de los buenos que se puede hacer. Yo como teníamos mucha gente, que nos oía, y veía que en su exordio griego se gloriaba haber sido discípulo de Turnebo, Lambino, y Mureto, procuré lo posible de responderle con la misma copla en griego: y al fin sin mudar lenguaje, roguele que quedase en nuestra clase, porque yo tenía amigos, con quien procuraría le diesen cátedra. Respondióme los dos primeros renglones de la cartilla griega del Ave María.
Es decir, el estudiante de griego no había aprendido griego, sino simplemente memorizado textos en griego. Así, cuando Palmireno le responde en este idioma, el muchacho no sabe de qué le están hablando, y replica recitando el Ave María…
Con esta anécdota Palmireno intenta poner de relieve la importancia de saber: si alguna vez encuentras un individuo así y no tienes buenos conocimientos, con palabrería se lleva la gloria y tu quedas como tonto.
Yo que vi la poca vergüenza, hice harto en no echarle a librazos del auditorio. Si en semejantes aciertas, y no tienes caudal, con su exordio ajeno se llevan la honra, y tu quedas corrido.
Pero otros ven aquí el horror de las técnicas de memorización: en tanto que su propósito es ayudar a memorizar, con ellas lo que se promueve es la memoria, no el conocimiento; con ellas se forjarán memoriones, pero no sabios; tendremos, en definitiva, muchachos que hablan griego pero sin saber griego.
La conclusión no puede ser otra: hay que desterrar, eliminar, aniquilar cualquier vestigio de las técnicas de memorización en los centros docentes (compárese esto con la entrada Epítome mnemotécnico).
Así se entiende que figuras de la talla de Luis Vives, por ejemplo, que tanta importancia concedía a la memoria –incluso le dedica capítulo en alguna de sus obras– en ningún momento haga mención a las clásicas técnicas de memorización.
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