25/11/2020
Hace unos días me entrevisté con el periodista Sergio C. Fanjul, que preparaba un pequeño reportaje sobre el tema de la memorización. Como experto en mnemotecnia, buscaba en mí la opinión de alguien a favor de la memorización, razón por la que se sorprendió un poco cuando dije: «Yo no soy partidario de memorizar aquello que no necesitamos memorizar» (puede verse su artículo en la web de El País).
Ya dice el refrán «más vale lápiz corto que memoria larga», y estoy de acuerdo. No porque desconfíe de la memoria, sino porque parece un sinsentido llenar nuestra cabeza de datos que fácilmente podemos localizar en una memoria externa como el papel. O internet.
¿Para qué vas a memorizar algo que viene en Google o en la Wikipedia?
Pudiera parecer entonces que las técnicas de memorización carecen de utilidad si no es necesario memorizar nada. Pero no es así. Veamos la otra cara de la moneda.
¿Imaginas que ante un paciente agonizante llegase el médico y dijera: «espere, no se muera todavía, que voy a consultar en google el proceso de reanimación»? Evidentemente, hay cosas que necesitamos saber de memoria sí o sí. Y en esa tarea la mnemotecnia presta un servicio impagable, desde el comercial que puede llamar a todos sus clientes por su nombre —se los conoce de memoria— hasta el sanitario que reacciona inmediatamente y sin dudas ante una parada cardíaca, por ejemplo.
¿Y memorizar por memorizar, sin un fin práctico? Pues también tiene sentido.
Mucha gente sale a correr por el parque sin ninguna necesidad, no hay ningún león persiguiéndolos, ¿por qué ese esfuerzo? Pues porque les ayuda a mantenerse en forma y sentirse bien (no es lo mismo salir de la cama arrastrando los pies hasta la cocina en busca de un milagroso café que levantarse con los ánimos de quien se siente capaz de devorar el mundo).
Del mismo modo, memorizar veinte decimales de pi —por decir algo— se antoja un esfuerzo inútil, nadie te va a preguntar por eso (y en último caso, está google) pero es un ejercicio que ayuda a mantener las neuronas bien engrasadas. Y esto, que puede parecer una tontería, en ocasiones tiene su relevancia.
Pensemos, por ejemplo, en personas mayores que se ven con verdadero pavor al acecho del alzheimer. Si con la ayuda de unas técnicas logran alguna pequeña proeza memorística, esto les ayuda a ganar confianza: si soy capaz de memorizar veinte decimales de pi, ¿qué no voy a conseguir memorizar? Y no es lo mismo vivir con miedo a perder la memoria que vivir con la seguridad de que todavía puedes enfrentarte a los retos que te plantee la vida.
Por eso escribí el libro La pastilla verde, porque muchas personas aún cometen el error de pensar que eso de las técnicas de memorización tan solo es algo propio de estudiantes, cuando lo cierto es que resultan de gran utilidad en todas las etapas de la vida y en todas las tareas que se puedan imaginar.
¿Quién no va a ser más eficiente en cualquier actividad —desde echar una partida al mus hasta construir un rascacielos— contando con una buena memoria, es decir, sabiendo cómo memorizar lo que desea memorizar? Ahí está el verdadero valor de la mnemotecnia.
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